Rumanía

Sun, Jan 6, 2008 3-minute read

Decidí pasar un fin de año distinto. Dejar lo mismo para llegar a lo otro mismo. Más personas, más nieve, más tonterías. Decidí empezar de nuevo, en Rumanía.

Lo primero que descubres cuando llegas a este nuevo país de la UE es que te encuentras 50 años atrás en el tiempo. El coche con el que nos vinieron a buscar era tan antiguo que hacía tiempo que no veía uno así. No tranquilizaba el hecho de que, cuando un coche tenía un accidente que lo dejaba siniestro total, los Rumanos tienen la costumbre de dejarlo tirado en la calle.

Aún así, llegamos sanos a todas partes. La rústica y antigua casa a las a fueras de Bucarest donde nos alojamos nos encantó. La familia estaba perfectamente unida (cosas del pasado) y jugué con ellos a un juego llamado Remmi o Regui o algo así.

Esta era nuestra barriada (que no era tan exageradamente yonki como parece):

Afuera hacía frío. Nevó casi todos los días. Me gustaba, hacía sentirme lejos de casa.

Visitamos la casa del pueblo de Bucarest, una casa construida por Ceauşescu, el comunista, que abarca una superficie tal que los Rumanos nos comentaban que incluso se veía des del espacio. Cosa absurda si piensas que no se ve ni Barcelona entera. Aunque quien sabe, nunca he estado allí arriba. La verdad es que era enorme.

En Bucarest también había el segundo árbol más grande de Navidad de Europa. Al menos era de hierro y no tuvieron que destrozar algún pobre abeto. Lo estúpido de todo eso (aparte del asunto en sí de tener un árbol de hierro iluminado con millones de lucecitas en medio de la plaza de la revolución) es que el suministro eléctrico de la ciudad no soporta tener el árbol encendido y ciertas calles encendidas a la vez. Así pues, cuando el árbol estaba encendido, muchas calles quedaban en plena oscuridad. No es coña.

Quisimos ir a ver al Conde Drácula, pero los nativos nos dijeron 1) Que no llevábamos la ropa apropiada por el frío extremo que hacía en las montañas y 2) Que las carreteras estaban cerradas y era una locura ir durante esta época del año. Así pues, cogimos un tren dirección Pitesti, donde pasamos el fin de año. Me recordó levemente al transiberiano. Por el paisaje nada más. Aish… lo que daría por viajar con ese tren de sueño frío otra vez.

En Pitesti hubo mucha fiesta BEST. Demasiada a veces. Me hago viejo rápidamente. Pero entramos bien al nuevo año. Sin uvas, pero con nieve, cava y algunos en gallumbos en el frío helado. Una de las fiestas tenía temática comunista, y alguien trajo un auténtico carné comunista.

La resaca no me impidió patinar un poco en una feria antigua. Los Rumanos escuchan música papichulesca mientras patinan.

Hice un poco el guiri por Pitesti, hablando sobre Dios y la existencia del cielo. Sobre el Pastafarianismo y la Vida. Sobre la soledad y el sexo. Sobre la juventud y la tontería. Sobre drogas y estudios. Sobre mujeres y hombres.

Sobre seguir intentándolo.
Un año más.