Persiguiendo el Sol

Sun, Sep 13, 2009 3-minute read

Ha llegado el momento. Dejo Barcelona. Después de un verano demasiado bonito. Después de demasiados meses luchando por entrar en una universidad americana. Después de haber presentado un proyecto hace ya un año y medio a la Obra Social de La Caixa. Hoy me voy a Palo Alto, California.

El sol brilla en el cielo azul claro de la costa del Mediterráneo. Son las 11am y me despido de mis seres queridos en el aeropuerto. No puedo llorar. No quiero llorar. Hoy es 11 de Septiembre, la diada de Cataluña para algunos, el día de Bin Laden para otros, y el día en que empiezo una nueva vida para mi. Llevo mi guitarra encima, sé que todo va a salir bien.

Una vez pasados los controles, me encuentro a Dani, y me alegro de verlo. Me tranquiliza saber que tiene todos los documentos informativos sobre los primeros días en Stanford y, sobretodo, que voy a tener compañía durante las siguientes 20 horas.

El avión despega y se dirige a Filadelfia. Hablamos sobre nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro en una cabina medio vacía, pudiendo estirar las piernas e incluso semi acostarme en cualquier momento y sin molestar a nadie. Agradezco al Flying Spaghetti Monster por habernos puesto en un avión tan vacío.

Empiezo a notar el ambiente Americano que sale del aire acondicionado. Calculo que rondara los 18 grados. Utilizo dos mantas, una sudadera con capucha, y mi gorra. Leo a Chuck Palahniuk y me duermo. Hablo más con Dani. Él se pone una chaqueta. Como algo muy parecido a “comida” que sabe bastante bien. Me duermo y leo más. El sol se refleja en un océano atlántico salpicado por nubes enanas. Empiezo a mirar una película llamada The Proposal. Pienso que Sandra Bullock es muy guapa pero me pregunto por qué solo hace pelis malas. Me duermo. Tengo frío. Leo. Y de repente ya estamos en Filadelfia.

Son las 3pm y mi reloj biológico apunta las 9pm.

El sol se ha escondido y llueve. Me he dejado la gorra “alright” en el avión. Todo es gris. Esperamos casi 3 horas en el aeropuerto gris, lleno de americanos grises y de restaurantes caros de comida rápida y gris. Me como una pizza que es más bien un chupito de aceite. Gris, claro.

Embarcamos en nuestro avión a San Francisco y me toca separado de Dani, en el asiento del medio, entre dos hombres grandes. Está lleno. No puedo moverme. Un chico catalán con acento extraño no para de hablar detrás de mí. Una murciana con la voz afónica no para de hablar delante de mí. No puedo dormir. El avión no sale. Todos se callan. Miro por la ventana mojada por la lluvia. Me tranquilizo. Me duermo. Y sin darme cuenta estoy en el cielo, volando y persiguiendo el sol hacia California.

Hay un mar de nubes debajo de nosotros, iluminado por un sol que nunca se pone. 6 horas después llegamos al aeropuerto con dolor de espalda y con los ojos inyectados en sangre. Las maletas tardan más de lo debido y Dani está casi seguro de que se han perdido. Yo rezo al FSM y al cabo de media hora aparecen.

Son las 10pm y mi reloj biológico apunta las 7am de la mañana.

Estoy en San Francisco, es de noche y estoy contento. Pienso en este verano. Pienso en la gente que más quiero. Pienso en esta beca. Pienso que estoy en California. Pienso en que Governator es ahora mi gobernador. Pienso que soy feliz.

Y ya solo queda esperar el sol de mañana para que me lleve al campus y para que me enseñe mi nuevo hogar en esta tierra de oportunidades, de pepitas de oro, de nueces, de estrellas de cine y de aires acondicionados que derriban el calor del sol.